Su levantarse y caer y sonar. La oscuridad momentánea de su boca, de sus axilas, de su cuello y sus brazos. Llena mi ver una rodilla. Un brazo. Un ojo. Un cabello entre mis labios. Un trozo de muslo. Un pedazo de vientre. El ombligo. Sus cabellos. Su ombligo. Su cara vuelta a la derecha. Su cara vuelta a la izquierda. Su mentón apuntando hacia arriba y hacia abajo. Su cuerpo recogido. Su cuerpo diagonal. Su oreja. Sus cabellos. Su sexo. Su boca que se ahonda y se ahonda, que se sumerge por adentro de ella, que cae y cae, toca mi sexo, sube por mi cuerpo, se convierte en mi boca que la besa, en su boca que se ahonda. Y cae en mí, y cae en ella.
Te esperé con los guantes de látex puestos Y me dormí de luna llena hasta el mediodía Te soñé en danza en medio de un bosque de abedules sangrantes Es que duelen las certezas del invierno
Te deseé pensante como al samurai que vendría a vengarme Muerta de olvido desgajé mi sexo una madrugada y te lo envié por correo sin retorno
Me hubiera gustado ser varón para poseerte. Para darnos trompadas en señal de ternura y de fidelidad. Para ponerme las botas de capataz y cabalgarte desnudo. Para amenazarte con un revólver. Pero yo Una mujer Una simple mujer ¿Qué puede hacer de memorable en la prosecución de un amor?